La Llorona.
La leyenda de la llorona es una de las más famosas Leyendas Mexicanas, que han dado la vuelta al mundo. Es una mujer, la cual tiene sus orígenes desde el tiempo en que México fue establecido, junto a la llegada de los españoles.
Una mujer indígena tenía un romance con un caballero español, la relación se consumó dando como fruto tres bellos hijos, a los cuales la madre cuidaba de forma devota, convirtiéndolos en su adoración.
Los días seguían corriendo, entre mentiras y sombras, con el paso del tiempo, ella quería que se formalizará la relación, pero él la esquivaba.
Tras la insistencia de la mujer y la negación del caballero, un tiempo después, el hombre la dejó para casarse con una dama española de alta sociedad. La mujer Indígena al enterarse, dolida por la traición y el engaño, totalmente desesperada, tomó a sus tres hijos, llevándolos a orillas del rio, abrazándolos fuertemente con el profundo amor que les profesaba, los hundió en el hasta ahogarlos. Para después terminar con su propia vida al no poder soportar la culpa de los actos cometidos.
Desde ese día, se escucha el lamento lleno de dolor de la mujer en el río donde esto ocurrió. La culpa no la deja descansar, su lamento se escucha cerca de la plaza mayor, quienes miran a través de sus ventanas ven una mujer vestida enteramente de blanco, delgada, llamando a sus hijos y que se esfuma en el lago de Texcoco.
La Mulata de Córdoba.
Cuentan que hace muchos años, en Córdoba, existió una mujer misteriosa, porque vivía aislada del trato social y no se conoció su procedencia. Se dice que era huraña porque su belleza era tanta que cuando salía a la calle, era víctima de habladurías.
Se le conocía también porque usaba hierbas para hacer curaciones maravillosas y por predecir sucesos naturales, como temblores y hasta por conjurar tormentas. Esa fama empezó a inquietar a los habitantes de Córdoba, quienes la empezaron a acusar de bruja. Todos parecían obsesionados con ella, pero el alcalde era el principal. Su nombre era Martín de Ocaña, un hombre ya de edad que le confesó su amor y le ofreció hasta “las perlas de la virgen”, con tal de que ella estuviera con él, pero la mulata no accedió. Don Martín, despechado y desairado, la acusó de haberlo hecho tomar un brebaje para que perdiera la razón.
La mulata, a la fuerza, fue llevada a la Fortaleza de San Juan de Ulúa, donde fue juzgada y castigada a morir quemada en leña verde frente a todo el pueblo. Mientras esperaba su castigo, logró convencer al guardia para que le regalara un gis. Él no se pudo resistir y se lo consiguió. La mulata empezó a dibujar en las paredes de su celda un barco con las velas desplegadas que se mecía sobre las olas del mar. Era una obra de arte que dejaba perplejo a cualquiera. Fue entonces cuando la mulata preguntó: ¿Qué es lo que crees que le hace falta al barco? A lo que el carcelero le contestó: “Andar”.
En eso ella le dijo: “Pues mira cómo anda” Y la mulata dio un salto y se subió al barco, despidiéndose del hombre que la resguardaba, quien sólo veía lo que sucedía asombrado, el barco se perdió en el horizonte que ella dibujó.
El fantasma de la monja.
María de Ávila, quien vivió en el siglo XVI, se enamoró de un mestizo de apellido Arrutia, quien quería casarse con ella por su dinero y status social. Los hermanos de María, Daniel y Alfonso se enteraron de lo que estaba pasando y se opusieron rotundamente a que ese matrimonio se llevara a cabo, así que le prohibieron a Arrutia ver a María. Al principio él se negó, pero los hermanos le ofrecieron mucho dinero que él aceptó para marcharse. Se fue. Sin ninguna explicación a María, quien cayó en una profunda depresión. Dos años estuvo así, hasta que sus hermanos decidieron enclaustrarla en el Antiguo Convento de la Concepción, donde se la pasaba rezando y pidiendo por él. Un día, no pudo más con el dolor y se ahorcó en un árbol de duraznos en el patio del convento. La enterraron allí mismo y un mes después de su muerte, su fantasma empezó a aparecer por las noches, reflejándose en las aguas del convento cuando alguna de las novicias o monjas se veía el rostro. Desde entonces se prohibió la salida de cualquiera de ellas al jardín cuando anocheciera.
La Princesa Donaji.
El rey Zapoteca Cosijoeza y la reina Coloyocaltzin, tuvieron un hijo llamado Cosijpi, a quien mandaron a gobernar el Istmo de Tehuantepec, donde tuvo una hija llamada Donají. En esos tiempos, había guerra entre los zapotecas y los Mixtecos, quienes tomaron a la princesa como rehén de paz. Pero cuando se vieron amenazados, la decapitaron. Nunca dijeron dónde había puesto la cabeza. De ahí se generó la duda: ¿dónde está la princesa Donaji? Le leyenda cuenta que un pastor se encontraba cuidando sus animales en lo que hoy se conoce como San Agustín de las Juntas (cerca del aeropuerto internacional de Oaxaca), cuando encontró un lirio silvestre, flor que se conoce como Azucena, el cual decidió arrancar desde la raíz. Al momento de cavar, se dio cuenta de que había una oreja hasta ver la cabeza humana completa, que se dice permanecía intacta. Era la princesa Donají. Su cabeza y su cuerpo se juntaron y fueron llevados al templo de Cuilapam.
La mujer del candil.
Esto ocurrió en la Costa Grande de Guerrero, donde una mujer había juntado sus monedas de oro para visitar al papa en el Vaticano. En ese entonces, no había muchos transportes y la mujer tenía que caminar por la orilla de la playa hasta llegar a Acapulco; tardaría un día y medio. El día de su partida llegó y a las 4 de la mañana, sin luna en el cielo, salió guiándose por la espuma del mar y un candil de petróleo. Pero nada de lo que había planeado resultó, porque cuando iba caminando, unos hombres la atracaron, la robaron y la mataron. La mujer no logró su cometido y se dice que ahora se pasea por la costa con un candil. Esto ocurrió entre Carrizal y Mitla.
La Pascualita.
Se dice que es el cuerpo embalsamado de la hija de la dueña original de la tienda, la cual falleció el día de su boda luego de ser picada por un alacrán. Como su madre no pudo soportar la pérdida decidió preservar para siempre su belleza en un maniquí.
A partir de la década de los 60, cobro mayor fuerza esta leyenda, pues había muchos que aseguraban que el maniquí se movía, salía a caminar e incluso apaga las luces de su tienda.
Afirman que cuando pasan por el aparador se percibe cómo el maniquí los seguía con la mirada, o que por unos segundos se le podían ver pequeñas venas rojas en los ojos.
Algunos cuentan que varias empleadas renunciaron porque la vieron llorar y moverse, se negaban a vestirla con la última colección porque le aparecían venas verdosas en las piernas que luego desaparecían y se resistían a bañarla con champú como lo exigía su guía de cuidados.